domingo, 3 de agosto de 2025

La literatura infantil y el desarrollo de la identidad cultural

 

César Franco Rivero



Ponencia presentada en el VII Coloquio Internacional de Literatura Infantil para niños y jóvenes, a partir de la temática: Literatura Infantil y Juvenil: limitaciones y desafíos en Latinoamérica. Realizado en la 21ª FILVEN. Caracas, julio2025.

Muy buenos días. Es un honor participar en este espacio tan significativo como es la Feria Internacional del Libro Venezuela (FILVEN) 2025, un encuentro que celebra la palabra, la imaginación y el poder transformador de la literatura infantil y juvenil. Hoy quiero presentar una apreciación muy personal entre la literatura infantil y el desarrollo de la identidad cultural en nuestros niños y jóvenes, en una época marcada por la globalización, la digitalización y los flujos migratorios constantes, lo cual puede generar una dificultad para reconocer quiénes somos, de dónde venimos y qué nos une como comunidades, como pueblos o como nación.

Antes de adentrarnos en la literatura infantil y juvenil y el desarrollo de la identidad cultural, sus desafíos y perspectivas, en América Latina, es importante entender el significado de cultura e identidad cultural.

La cultura según la Unesco (2016) es “El conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, creencias y tradiciones”.

La cultura es el conjunto de conocimientos y saberes (saber-hacer), reglas, normas, interdicciones, creencias, ideas, valores, mitos y leyendas que se van pasando de generación en generación y que reproducen los individuos para controlar la existencia de la sociedad, manteniendo su complejidad. La identificación con esa cultura nos define psicológica y socialmente como miembros de ella; aunque existan individuos que puedan tener ciertas divergencias con aspectos que pueden considerar como imposiciones para a algunas libertades. Incluye nuestra lengua, nuestras tradiciones, nuestros mitos, nuestra historia, nuestra forma de ver el mundo. No es algo fijo ni cerrado, sino que va construyéndose a lo largo de la vida, empezando desde la infancia y la adolescencia. De tal manera que la literatura infantil dirigida a niños, adolescentes y jóvenes debe proponer la construcción de una identidad cultural que los introduzca en el contexto de la sociedad a la que pertenecen, mediante una perspectiva crítica, que refleje quiénes somos y como una ventana que permita conocernos y reconocernos como grupo humano bien definido y en constante transformación de la conciencia local, nacional y planetaria. La identidad cultural se refiere a un grupo de personas en un lugar específico que comparten creencias, formas de pensar, metas, valores, percepciones e incluso concepciones del mundo (Mansilla, 2006).

La literatura infantil como espejo de la identidad cultural

Cuando los niños y niñas leen un cuento ambientado en su región, escrito en su lengua materna, protagonizado por personajes que hablan como ellos, visten como ellos o viven situaciones similares a las suyas, ocurre algo mágico: se sienten reconocidos. Esa experiencia no solo fortalece su autoestima, sino que también manifiesta que su cultura tiene valor, que su historia importa, que sus palabras son dignas de ser contadas. Por eso, la producción y la lectura de cuentos tradicionales, mitología indígena, poesía popular o historias escritas por autores de su propio país, es una forma poderosa de construir identidad cultural desde la infancia en Latinoamérica.

Manuel Peña Muñoz1 (Chile) en su conferencia pronunciada en la Feria del libro de La Paz, Bolivia, en agosto de 2010, sobre la Historia de la literatura infantil en América Latina menciona como testimonio de identidad cultural un mito de origen maya, “según el cual, los seres humanos descienden del enfrentamiento de dos serpientes, encarnación del bien y del mal y relata que las madres aztecas y mayas contaban estas historias a sus hijos y los mecían con canciones de cuna en lengua náhuatl y que, además, se han recopilado los mitos de los pueblos originarios en un intento de valorizar las narraciones que se relataban en la antigüedad”. Así como también existen cuentos en otros países que narran la vida y la cultura de los pueblos autóctonos de América Latina. “El Popol Vuh, por ejemplo, recopila varias leyendas de la civilización maya al sur de Guatemala y parte de Centroamérica. Muchas de estas historias reflejan los rasgos distintivos y el modo fantástico de interpretar la vida y los fenómenos incomprensibles de la naturaleza”. Según él, “todos estos mitos fueron escritos en papel de higuera silvestre con el sistema de escritura de los mayas y transmitidos de generación en generación en el interior de la vida familiar en de esos pueblos”. Hoy día, hay una valoración de estos relatos fantásticos de los pueblos originarios, como una manera de conectar al niño de hoy con sus propias raíces.

Sin querer hacer una recopilación de este tipo de textos, podemos nombrar algunos muy significativos, como La Niña de la Calavera (Marcela Recabarren) basado en un relato que tiene de protagonista a una joven mapuche con su atuendo de plata y en medio del volcán, las araucarias y la cultura de ese pueblo; El calafate es la leyenda Tehuelche de un fruto que crece en la Patagonia, al sur del mundo, relata que quien lo come siempre regresará a Tierra del Fuego. El extinto pueblo Tamanaco en tierras venezolanas, tenía a Amalivaca como el dios creador del mundo y de los seres humanos. Para ellos, Amalivaca fue el creador del río Orinoco y del viento; en principio hizo a los hombres inmortales, pero en castigo a sus faltas los volvió mortales. Kuay Nabaida, la mar de arriba, de la mitología Warao, versión Gustavo Pereira2, cuenta que el árbol de ríos y caños que forma el delta del Orinoco era un lugar quieto y lleno de luz; “pero arriba de ese árbol de ríos y caños había un mar sereno donde los hombres y las mujeres waraos reposaban y llevaban su vida, hasta que un día una fl­echa traviesa abrió un hueco hacia un mundo nuevo. Un viaje de los Warao del cielo hacia el mundo que recién descubrían. Pero algo inesperado ocurriría y ahora el cielo sería diferente: nuevas estrellas alumbrarán el camino de los Waraos y una nueva historia que habrá nacido para ser contada a los niños cuando esas mismas estrellas se asomen en el cielo.

Peña Muñoz, también cuenta que “cuando llegaron los europeos, trajeron sus propios relatos y desde luego, sus libros, pues en el mundo americano, los cuentos circulaban por tradición oral en la mayoría de los pueblos aborígenes”. Los mitos y relatos de los originarios americanos fueron desplazados por los cuentos de tradición europea relatados además en lengua española o portuguesa. Agrega que durante toda la época de la colonización se trajeron de España unas tablas pintadas para enseñar a leer. En las tablas estaban las letras del alfabeto. Los profesores españoles sentaban a los indígenas y los pardos en círculo y de esta manera les enseñaban a leer, tanto a adultos como a niños, pero en idioma castellano o portugués, si era el caso. A partir de allí empieza la colonización cognitiva. Había que cambiar la forma de construir conocimientos y los códigos comunicacionales de los pueblos originarios, sobre todo con la enseñanza de frases relacionadas con las oraciones piadosas, debido a que la educación estaba consagrada a las órdenes religiosas.

Sin embargo, a través del tiempo, fueron naciendo formas de resistencia cultural impulsadas también por la literatura infantil y juvenil, para mantener vivas las costumbres, saberes, valores, ideas y creencias, con el fin de impedir que los niños, adolescentes jóvenes adoptasen patrones culturales ajenos a nuestra identidad. “Educar los sentimientos representaba la más noble y atinada vía para sacudir el alma infantil y dejar en ella una impronta para toda la vida. En un lenguaje sin pretensiones y haciendo uso de imágenes literarias, no dejó dudas de sus convicciones de tocar el corazón por sobre el intelecto y los convencionalismos”, lo planteó en su introducción “El libro de la infancia de Amenodoro Urdaneta3”, publicado por primera vez en 1865. Utilizando un método para llegar al corazón de los niños a través de la integración en los textos de elementos culturales locales, juegos populares y expresiones propias de la oralidad venezolana. Sus historias no solo entretienen, sino que también educan en valores culturales y afectivos, arraigados en nuestro contexto, aunque influenciados con motivos de los cuentos tradicionales europeos, con la intención llegar a la infancia con cuentos ejemplarizantes que tenían la intención de educar con reglas morales y religiosas que se comportaran como guías para el comportamiento individual y colectivo, tal es el caso del “La mendiga”, “El pescador de perlas” y “La codicia rompe el saco”, entre otros unos ciento treinta textos.

En ese sentido, se han escrito poesías y relatos en toda Latinoamérica. Con el objeto de crear una literatura infantil y juvenil adaptada a nuestra identidad cultural latinoamericana. José Martí, como precursor de la literatura infantil en nuestro continente, acuñando la expresión “Nuestra América”, propone inspirarnos en nuestras propias raíces antes que importar todas las ideas de Europa. Y señala  que debíamos escribir libros para niños “como si los colibríes supiesen leer”, con amenidad, soltura y poesía. Tal como se puede apreciar en su proyecto La edad de Oro, el libro de poesía “El Ismaelillo” y el poema “Los Zapaticos de Rosa”.

Más adelante otros autores, como Aquiles Nazoa y Rafael Rivero Oramas en Venezuela, Oscar Alfaro en Bolivia, Juana de Ibarbourou en Uruguay, Gabriela Mistral en Chile, Pascuala Corona y Francisco Gabilondo Soler en México, por mencionar algunos, se instalan en el siglo XX como creadores de una oferta más novedosa y apropiada a los lectores infantiles, precursores en sus respectivos países y clásicos más contemporáneos. Se destaca la poesía como un género prolífico, que drena en canciones y melodías de la infancia.

El criollismo apareció casi simultáneamente en toda Latinoamérica como una búsqueda de lo autóctono, lo local y aquello que identificaba a toda la región. Su objetivo era representar a los sectores excluidos y populares de cada nación y rescatar las tradiciones y costumbres. Las escuelas del criollismo en diferentes países nutren una tendencia que incorpora la denuncia social. Paco Yunque (1931), cuento del peruano César Vallejo. El criollismo narrativo dejó su huella en Venezuela con José Rafael Pocaterra- incursionando en la literatura para niños, para jugar un importante papel en la definición de una esencia autóctona que ayudó a forjar identidades nacionales modernas y originales. La poesía infantil de Manuel Felipe Rugeles en Venezuela, con Canta Pirulero donde incluye el poema “Este niño Don Simón”, entre ellas. En 1970, Velia Bosch publica Jaula de bambú, también autora de un interesante poema-juego para construir  Mariposas y arrendajos. En 1977 el venezolano Orlando Araujo escribe Los viajes de Miguel Vicente Pata Caliente, aventura fantástica de un niño limpiabotas que recorre una geografía imaginaria; Efraín Subero,  un estudioso de la literatura infantil local, publica sus libros de poesía infantil venezolana (1967) y narrativa infantil venezolana (1977) que son referencias obligatorias para los escritores y las escritoras.

Se puede notar una cierta sensibilidad por dar aportes en la literatura para construir desde la infancia una identidad cultural arraigada a las costumbres, modos de pensar y tradiciones sociales, pero lo que es raro encontrar todavía en este siglo es una propuesta literaria infantil y juvenil con la intención de generar una epistemología propia que induzca a una nueva manera de promover en las próximas generaciones un compromiso por la transformación de las condiciones del contexto y fomente una cultura para el combate de la falsa racionalidad que ha destruido creando, como es el caso de la agricultura industrial o la producción económica y tecnológica que, usando como energía los combustibles fósiles, han acelerado el cambio climático y las tragedias ocasionadas por fenómenos meteorológicos extremos y el hacinamiento de grandes masas humanas. Morin4 (2000) expresa que: “la seudo-funcionalidad que no tiene en cuenta necesidades no cuantificables y no identificables ha multiplicado los suburbios y las ciudades nuevas convirtiéndolas rápidamente en lugares aislados, aburridos, sucios degradados, abandonados, despersonalizados y de delincuencia”, con una educación que no da respuestas a las necesidades cognitivas para construir conocimientos apropiados con la realidad local, nacional y planetaria; claramente colonizada por los algoritmos impuestos por  la tecnología y las redes sociales.

La respuesta, muchas veces, puede encontrarse en las historias que leemos desde la niñez. Porque la literatura infantil no solamente debe conformarse con entretener; debe formar identidades que enlacen el corazón y la mente a la defensa y protección del lugar de origen, seducidos por el amor que hemos construido por el contexto. Ello nos ayudará a considerar nuestras raíces, a valorar nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestro territorio, nuestra historia y nuestras luchas y favorecer la actitud natural de la mente para hacer y resolver preguntas esenciales mientras se estimula el empleo total de la inteligencia, a decir de Morin5 (2000): “este empleo máximo necesita el libre ejercicio de la facultad más expandida y más viva en la infancia y en la adolescencia: la curiosidad, la cual, muy a menudo, es extinguida por la instrucción, cuando se trata por el contrario de estimularla, si está dormida, de despertarla”.  Agrega que “es posible que uno de los errores de la percepción del conocimiento esté en la afectividad, pero también puede fortalecerlo; Si el desarrollo de la inteligencia es inseparable de la emoción, un déficit de ella puede disminuir o destruir la facultad de razonamiento y, por ende, la inteligencia general, tanto como el abuso”. El abuso de las imágenes tienen la intención recurrir a las emociones para generar un estado de pasividad ante una vorágine de estímulos que perturban la facultad de razonamiento, causando adicción por la búsqueda de placer constante que genera un deterioro de los circuitos hormonales relacionados con la alteración de emociones, atención ejecutiva, toma de decisiones y control cognitivo. Es decir, desnaturalizando nuestra capacidad para la imaginación y la creatividad y reduciendo nuestra naturaleza para dialogar con la realidad.

Nuestra literatura infantil y juvenil debe ser un instrumento efectivo para luchar contra las falsas percepciones y ayudar a construir una racionalidad verdadera que dialogue con la realidad e incentive una nueva manera de pensar, distinta a la racionalización impuesta por el modelo mecanicista y determinista; más abierta y dispuesta a desaprender lo que nos ata a los convencionalismos y una actitud favorable hacia los metaaprendizajes o hacia el “aprender a aprender”, como proponía Simón Rodríguez. Las nuevas generaciones van a vivir tiempos más estresantes que los que hemos vivido nosotros y necesitan construir saberes, conocimientos y herramientas para enfrentar las incertidumbres del futuro. Yo todavía no sé cuál es el camino con claridad, pero se me ocurre que desde la literatura infantil y juvenil podemos ayudar a desbrozarlo, por lo menos. Esta puede ser una estrategia para enfrentar las incertidumbres por venir y eso implica una apuesta. La apuesta significa integrar la incertidumbre a la esperanza; a la esperanza de poder construir los saberes y conocimientos para salir triunfantes.

Desafíos actuales

Aunque la literatura infantil y juvenil en América Latina vive un momento creativo apasionante, también enfrenta desafíos significativos que no podemos ignorar.

En primer lugar, uno de los retos más urgentes es la promoción de la lectura en entornos digitales, donde las pantallas compiten constantemente por la atención de niños y jóvenes. Las redes sociales, los videojuegos y el entretenimiento audiovisual inmediato representan una competencia difícil de contrarrestar sin innovar en formatos y estrategias pedagógicas.

También persiste la brecha de acceso equitativo a libros de calidad, especialmente en zonas de pobreza urbana, rurales o marginadas. No todos los niños y jóvenes tienen acceso a bibliotecas escolares bien equipadas, ni a espacios dedicados a la lectura recreativa y crítica. Garantizar que los libros lleguen a todas las regiones, especialmente a zonas rurales y marginadas y promover la edición en lenguas originarias y garantizar su accesibilidad.

Otro punto crítico es el reconocimiento profesional de los autores e ilustradores de este género, quienes algunas veces son invisibilizados frente a la literatura para adultos, a pesar de su impacto cultural y educativo. La falta de apoyo económico, derechos de autor justos y visibilidad sigue siendo un problema en muchos países latinoamericanos.

En un mundo cada vez más digitalizado, donde gran parte de la producción editorial busca refugiarse en plataformas virtuales para llegar a más lectores, también crece la vulnerabilidad ante ciberataques, fallos tecnológicos o censuras digitales. El libro impreso, entonces, no solo representa un objeto cultural y afectivo, sino también una garantía de continuidad. Un libro físico no necesita energía eléctrica, internet ni dispositivos electrónicos para ser leído. En contextos de crisis —como los que viven varios países latinoamericanos—, donde los servicios básicos no siempre están garantizados, el libro impreso se convierte en un recurso crucial para mantener viva la palabra y la imaginación.

Preservar el libro impreso no significa rechazar la tecnología, sino equilibrar su uso y reconocer que la diversidad de formatos también fortalece la lectura. Debemos seguir apostando por ediciones cuidadas, distribución física en comunidades alejadas, y políticas públicas que garanticen la existencia de bibliotecas bien surtidas y talleres de lectura en espacios comunitarios, sobre todo, en los espacios comunitarios más desposeídos. Emprender planes de lectura empezando por la formación de docentes y mediadores de lectura que comprendan la importancia de la identidad cultural en la literatura infantil y juvenil. Además de fomentar el reconocimiento y apoyo económico a los autores e ilustradores comprometidos con estas temáticas.

Y, finalmente, crear espacios de formación de escritores para mitigar la práctica empírica del oficio, a través de cursos, seminarios, cátedras y talleres; además de leer y estudiar mucho, por cuenta propia, sobre la materia.

Perspectivas futuras

Hoy vemos una creciente colaboración entre países, con festivales compartidos, ferias regionales y coediciones que cruzan fronteras. También hay un interés creciente por integrar tecnología y narrativa, desarrollando aplicaciones educativas, audiolibros y juegos interactivos que impulsen el conocimiento de nuestra literatura infantil y juvenil.

Apoyar y promover las propuestas de las universidades, centros culturales e instituciones oficiales (CENAL) para abrir espacios de formación académica con maestrías, seminarios, diplomados, investigaciones y talleres especializados en literatura infantil y juvenil.

Y, por supuesto, las ferias del libro, como la FILVEN, juegan un papel importante, porque se convierten en puntos de encuentro, de intercambio, de descubrimiento y celebración de la palabra escrita dirigida a las nuevas generaciones.

En resumen, la literatura infantil no es solo un medio de entretenimiento o instrucción. Es una herramienta poderosa para la formación de la identidad cultural, tanto individual como colectiva. Leer historias que vienen de nuestra tierra, que hablan nuestra lengua, que evocan nuestros paisajes y costumbres, nos ayuda a sentirnos parte de una comunidad. Y al mismo tiempo, abrirse a otras voces y culturas nos enriquece y nos prepara para convivir en un mundo cada vez más diverso.

Para finalizar, quiero dejarles una reflexión: la literatura infantil y juvenil en América Latina no solo está viva, sino que está en proceso constante de transformación. Es un campo dinámico, plural y necesario. Es una herramienta de memoria cultural, de transformación social y de esperanza. Por eso, debemos seguir apoyándola desde todos los frentes, bien sea como autores, editores, docentes, padres, madres, bibliotecarios, promotores de lectura y, por supuesto, como lectores.

Gracias a todos por su atención. Y gracias a la FILVEN y al CENAL por brindarme un espacio donde la palabra, la imaginación y la infancia tienen cabida y dignidad. Entendiendo que cada vez que un niño lee uno de nuestros cuentos o poemas y le agrada, estamos lanzando estrellas en un universo menesteroso de luz.

¡Sigamos sembrando identidad a través de la lectura, porque LEER HUMANIZA!

 

Referencias Bibliográfícas:

1 Peña Muñoz, Manuel. Conferencia pronunciada en la Feria del Libro de La Paz, Bolivia.  19 de agosto del 2010. Material publicado por la Academia Boliviana de Literatura Infantil.     https://www.ablij.com/articulos/historia-de-la-literatura-infantil-en-america-latina

2 Pereira, Gustavo (2022). Kuay Nabaida. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas.

3 Urdaneta, Amenodoro (1865). El libro de la infancia. Banco del libro. Caracas, Estados Unidos de Venezuela.

4 Morin, Edgar (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. Unidad de publicaciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Caracas.

5 Morin, Edgar (1999). La cabeza bien puesta. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires.

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