Rolando Revagliatti
Parido es el niño el día de su santo.
Su tío materno, sólo él, lo
duerme con facilidad.
Ya camina. En un hotel de
Santiago del Estero se escabulle por los corredores.
Queda constancia fotográfica
de su satisfacción montando burrito en Río Ceballos, sostenido por su papá.
Se entretiene rompiendo
papeles, arrojando monedas y jugando con un cesto de mimbre y broches para la
ropa. Sigue costándole conciliar el sueño.
Hace palotes un poco antes de
cumplir cuatro años, guiado por una maestra jubilada. Lo operan de las
amígdalas.
La mamá cuenta en una postal gigante, con motivo ciudadano, enviada a una cuñada, que su hijo extraña cuando el micro del jardín de infantes, los días feriados, no lo viene a buscar tempranito. El hijo, en cambio, disfruta mórbidamente quedándose en la cama, en especial, durante esas mañanas de calamitoso invierno.