Galo Guerrero-Jiménez
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Buscando y rebuscando en la librería. Casey Childs |
Si
un lector busca un lugar adecuado para leer por su propia voluntad,
de seguro que disfruta, piensa, desarrolla su creatividad y el
aprendizaje que ejerza de cada texto leído siempre será a
profundidad. Por supuesto, el aprendizaje, en este caso, no es
forzoso porque no está leyendo para, a propósito, cumplir con una
tarea, sino para, desde la suavidad del disfrute lector, poder
compenetrarse en ese mundo de letras que configuran una historia, un
contenido de interés del lector: su concentración, la atención al
texto asumen, según López Quintás (2014), una mirada profunda,
trascendente que lo lleva más allá de lo inmediatamente
perceptible.
Y el
éxito de la lectura está, justamente, en ese más allá que aparece
en la concepción subjetiva del lector, es decir, en la creación de
un campo de acción que, a su manera, es capaz de transformar la
visión de una realidad que a ese lector nunca antes de la lectura de
ese o de esos textos, se pudo imaginar que así sea, o que llegue a
pensar que con esfuerzo o con relativa facilidad pudo llegar a
adaptarse a situaciones nuevas como las de aprender a resolver un
problema que nunca antes pudo haber pensado que así llegue a
solucionarse o a enfrentarlo con una nueva visión.
Esa
concepción lectora, esa nueva visión de ideas, de emociones y de
flujos de conciencia que aparecen mientras se lee o después de la
lectura, influyen poderosamente para aprender a razonar con una nueva
visión. Y si se trata de leer para cumplir con una tarea escolar,
las implicaciones y aplicaciones de lo que aprenden los alumnos
promueven a plantearse nuevas formas de abordar ese conocimiento,
incluso llegan a disfrutar con facilidad y se sienten motivados a
explorar nuevas áreas de interés, “a la vez que experimentan un
sentimiento de profunda humildad ante la complejidad que el mundo
puede llegar a mostrar. El aprendizaje sigue siendo una aventura. Se
pueden olvidar unos cuantos hechos y seguir sabiendo cómo
encontrarlos de nuevo cuando hagan falta” (Bain, 2014, p. 24).
Una
vez que el interés por leer está creado, consolidado, el estudiante
ya no lee como estudiante sino como lector, y eso hace que, como
sostiene Ken Bain: “lo que deseamos es promover un aprendizaje
profundo, apasionado, dichoso y creativo” (2014, p. 25); y si en la
universidad, o incluso en el nivel medio, de bachillerato, “se pide
a menudo memorizar una gran cantidad de materia que no ejerce
influencia en las vidas futuras” (Bain, 2014, p. 24), ese alumno
lector puede, sin mayor complicación, desechar ese material e ir en
pos de otro que sí le sirve para transformar esa conducta escolar en
una nueva forma de vida.
El
nuevo tipo de conducta escolar para leer desde la más plena
responsabilidad personal es producto de ese aprender a descubrirse a
uno mismo, saber quién es uno como estudiante y como lector. Se
trata de haber llegado a obtener un optimismo muy personal para saber
cómo puedo llegar a hacer uso de mí: se trata de un poder dinámico
de la mente que la crea el lector, dado a que llegó a descubrir que
puede crecer ejerciendo actividades plenas, en este caso, lectoras,
que lo enriquecen. Se trata de un conjunto de posibilidades que lo
llevan a a ejercer una actividad creadora, recreativa, altamente
pensante y reflexiva, que le supone una libertad interior para crear
relaciones de encuentro fructíferas, muy sentidas y validadas al
extremo de llegar a sentirse bien y con todos los deseos de una
proyección positiva para asumir e interiorizar cada página leída.
Referencias bibliográficas
Bain, K. (2014). Lo que hacen los mejores estudiantes de
universidad. Traducción de Óscar Barberá. Valencia:
Universidad de Valencia.
López,
A. (2014). El arte de leer creativamente. Barcelona: Editorial
Stella Maris.
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