Galo Guerrero-Jiménez
La población escolarizada vive hoy inmersa, y en un aparente disfrute, deslizando la pantalla en un aparato tecnológico y con la habilidad de la yema de los dedos, para localizar cantidad de información que, por su exceso, y acompañada más de imágenes, que de texto, vive la emoción bisoña y constante de alteraciones cognitivas en la función representativa del lenguaje y, por ende, enmarcada en los nuevos modos de consolidar su pensamiento desde el elogio tecnológico-estético que la virtualidad le ofrece “en bandeja”, a la niñez y a la juventud, en especial, que hoy experimenta un nuevo sentimiento lingüístico, más de banalidad que de elocuencia en la axiología intelectual del conocimiento, de la investigación, en la creatividad, en la reflexión y en el desarrollo del pensamiento crítico que, de alguna manera, sí se logra desde la cultura del libro que se va consolidando paulatinamente desde el disfrute y hermenéutica de la lectura de un buen texto que, voluntaria y libremente, llegue a las manos y al cerebro de esta población que hoy se alfabetiza, más al ritmo de la cultura electronal y virtualizada, que desde la educación formal que recibe en la escolaridad.
Por supuesto, hoy más que nunca, existen dos grandes vías para tener acceso
al conocimiento, tanto desde la información que nos brinda Internet, como de la información que desde el conocimiento
del texto, la institucionalidad y el docente hacen todo lo posible para educar
y formar a una población estudiantil, en todos los niveles educativos, y que aspira
intencionalmente para que se le dé lo más granado y excelso de la ciencia,
pero, sobre todo, desde el humanismo que narrativa y culturalmente permite un
estado de relajación, de contemplación, de diálogo, de análisis y de
acercamiento ontológico a la esencia y al ser del conocimiento y de la persona
que se inmiscuye en una comunidad narrativa para aprender.
El aprendizaje narrativo que se puede lograr desde la cultura del texto
escrito, por supuesto, se puede malograr, como sucede en muchos casos de la
vida escolar, dado que, con los libros tiene lugar una confusión análoga.
Los diccionarios, las gramáticas o los manuales uno los aprecia más tarde,
siendo adulto, pero no en la escuela. Si hay un tipo de libros que jamás
deberían emplearse en la escuela, estos son los libros de texto. En la escuela
el libro de texto crea irrealidad cultural, inspira sumisión, antipatía,
náuseas y desdén. (…) Los estudiantes deberían leer libros rigurosamente no
escolares, libros escritos para todos los públicos. (Berardinelli, 2016, p. 55),
a partir de los cuales se pueda dialogar, discutir, aportar con ideas
personales; pero, ante todo, a leerlos con una postura narrativa.
En cambio, si desde el texto adecuadamente elegido se puede vivir una
auténtica fiesta de la narración para aprender a validar en su real dimensión
el conocimiento; desde el régimen electronal de la información, estos dos
elementos se repelen, se excluyen.
Como señala Byung-Chul Han: La información agrava la experiencia de que
todo es contingente, mientras que la narración atenúa esa experiencia,
convirtiendo lo azaroso en necesario. La información carece de firmeza
ontológica. (…) A la sociedad de la información es inherente una carencia de
ser, un olvido del ser. La información es aditiva y acumulativa. No transmite
sentido, mientras que la narración está cargada de él. (…) Hoy estamos más
informados que nunca, pero andamos totalmente desorientados. Además, la
información trocea el tiempo y lo reduce a una mera sucesión de instantes
presentes. La narración, por el contrario, genera un continuo temporal, es
decir, una historia. (2023, p. 12) que nos hace vivir un presente con
sentido estético-filosófico-ontológico, puesto que, desde la alteridad de
nuestras inquietudes existenciales, se interioriza una experiencia
trascendental en el conjunto de nuestros saberes.
Referencias bibliográficas
Berardinelli, A. (2016). Leer es un
riesgo. Traducción de Salvador Cobo. Madrid: Imprenta Kadmos.
Han, B-Ch. (2023). La crisis de la
narración. Traducción de Alberto Ciria. Barcelona: Herder.
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