miércoles, 3 de septiembre de 2025

Antífonas de la O. Un preludio místico para acercar la poesía. Nuevo libro de Rodolfo Quintero Noguera.

 José Gregorio González Márquez


 

Quien ama la palabra, la reivindica. El poema es un eslabón que une la divinidad con la humanidad. El poeta el artífice de esa unión. Cada poeta lleva consigo un dios inmanente que está abrazado a la palabra que pronuncia, que escribe y comparte cuando decide dejarla alcanzar su destino. El mensaje precisa reconocer la existencia del caos primordial pero también el acercamiento del mensajero al amor, al desamor, a la incertidumbre, al orbe místico. El poeta se abalanza sobre las palabras, juega con ellas, las acuña en sus manos, las remite al corazón de la página en blanco, le perdona sus atrevimientos. Las vive, las llora, las ilumina de sol o las esconde de las perversas intenciones de los sacrílegos. Un poeta es un demiurgo que con la grafía crea un universo en cada poema.

Rodolfo Quintero Noguera vive la poesía en cada una de las palabras que hila en sus construcciones. No deja nada al azar. Sus textos poéticos están atravesados por el dolor, la insidia, el cuestionamiento, la soledad, la nostalgia y el amor filial. Pero también, por un sentimiento místico que trasciende el sentido religioso y se acerca a las visiones oníricas. Sueños que conectan la mundanidad con la espiritualidad, lejos de los artificios y los desórdenes que fomentan los enemigos de la palabra.  A decir de la poeta rusa Marina Tsvietáieva «El poeta está en las nubes» — es cierto, pero es cierto únicamente para una raza de poetas: los estrictamente elevados, los puramente espirituales. Y no es que esté en las nubes, vive en las nubes. El jorobado paga por su joroba, el ángel también paga por sus alas en la tierra. La incorporeidad, tan cercana a la esterilidad, aire enrarecido, en lugar de la pasión — el pensamiento; en lugar de las palabras — expresiones: ésas son las señales terrestres de los huéspedes celestiales.

Antífonas de la O, el libro que hoy presentamos, no está exento de imágenes seculares, pero también acerca a lo divino. Las antífonas, esos cantos breves que introducen a la oración, a los salmos y que preparan para sumergirse en el mundo místico, fungen de puerta que conduce a la liturgia poética. ¡Oh poesía que me llevas al lugar de las tinieblas y luego iluminas las miradas secretas, rescata mi nombre y llévalo al jardín del Edén! Esta podría ser una antífona para viajar al mundo inmaterial, a lo desconocido pero supuesto. Rodolfo Quintero Noguera, introduce con sus poemas – antífonas al universo de las cavilaciones.  Impele al lector a dejar la categorización divina para enseñarle un Dios más cercano y a veces filial con el que se puede comunicar y hasta conversar. Señor/ acorta el tiempo y la víspera/ Ven a incendiar las naves/ de los náufragos/ que se extraviaron con el alba/ Bien sabes que del paraíso todo está perdido/ Atiza el fuego de Caín/ sobre los fugitivos del reino/ y acepta tu derrota/ como nosotros aceptamos/ a los que nos ofenden/  Ven a reinar sobre tus ruinas/ ven a cerrar el círculo de fuego/ ven a dormir en el valle más oscuro/ ven a ocupar el espacio vacío de la O/ en las antífonas del sol/  Así el poeta trasciende la humanidad, exige a la divinidad. Le confronta.

La poesía de Quintero Noguera, denota una búsqueda incesante entre los escombros de la existencia. Busca a tientas lo ido. Se sumerge en la nostalgia. Rememora entre el dolor y la agonía todo tiempo pasado. Sufre a quienes se quedaron paralizados, enterrados. Acecha los lugares perdidos. En esencia intenta rescatar lo que se quedó abandonado en el olor de la soledad. Señor, / tú que bebes el agua ardiente del arroyo/ y reinas sobre la ley, / devuélveme el sol de los venados,/ la sonrisa de mi hermano,/ las palabras que a tu lado/ eran cortejos de lobo,/ la fértil pobreza de mis días de infancia,/ el beso que se pudrió./  Puede acaso la palabra traer de nuevo al hermano extraviado por la muerte o devolver el sol de los venados. ¿Dónde quedó el beso, tal vez el primero?


La madre es un referente sacrosanto para el poeta. No deja de mencionarla en las líneas de un texto escrito bajo la dureza del dolor. Está allí, difuminada entre las letras. Socavando el corazón noble del escritor. Anidada en el recuerdo y cantada en la antífona que acerca a la mansedumbre, al entrañamiento. Mi madre/ aletea sobre el polen de mi hastío/ la densa sombra que me acecha ahora/ es luz/ En su ojo izquierdo/ germina la flor del osario/ En su ojo derecho/ la noche es un resplandor/ Sobre los acantilados/ descubro/ —en el cuenco de sus manos—/ un mar calmo/ Los muros grisáceos ahora son ventanas/ por donde la veo partir/ sin atajos/ sin prisa/ sobre los puentes del alba/ que construyó/ sobre mis oscuros abismos. / La madre es luz. Los referentes de sus ojos solo indican claridad, alumbramiento al camino. Vencimiento de las tinieblas. Esperanza nombre de amor. Templanza indoblegable. Optimismo incalculable. Irreverencia y ternura. Si la madre que trasciende los espacios y el tiempo. La misma que permanece cercana a la memoria infinita.

La muerte tienta la poesía, pero no la toca. La palabra permanece atada a la vida vislumbrando las certezas o incomodando a la oscuridad. Un poema no muere, perdura en los resquicios de la libertad. Puede acompañar al poeta hasta su morada y allí sigue viviendo en un epitafio. Giorgio Bassani en su poema – epitafio Memoria nos canta: Era la Poesía a la que aspiraba con/ P mayúscula y todo y a ella/ solo/ ¿Tu vida? Esa también tú te/ las has bebido/ El poeta no sufre de olvido, sigue viviendo en el rostro inerme de la mañana, en prados cercanos a las miradas, en el agua que viaja a los laberintos. Para Rodolfo Quintero Noguera la muerte tiene visos de escape.   Morir es huir/ (tal vez esa constatación sea/ innecesaria) / Por eso extiendo mi mirada/ sobre los acantilados/ y no temo escarbar en la región/ donde las almas se separan de lo íntimo/ y lo blasfemo/ Reducido a la corrosiva/ concupiscencia del olvido/ no me sorprende ser polvo/ sobre un cuerpo trémulo/ donde coincido con la muerte/ en su lecho nupcial/.

Antífonas de la O se constituyen en un preludio místico para abordar la poesía. Son conexiones con la espiritualidad. Un camino para recorrer los lugares donde lo sagrado está representado con símbolos que denotan la excelsitud de la palabra. El mundo terrenal se asume entonces como un eslabón que unirá lo vano con lo trascendente. En este libro, el poeta explora desde el lenguaje terrenal la visión de la creación y el plano místico que habita en lo inefable e incomprensible. La simbología cristiana relata con sus alegorías las escenas que conducen a la fe. En Antífonas de la O, el poema expresa credulidad, miedo, incertidumbre, anarquía, desasosiego, elevación. El poeta es un penitente de la palabra. Se acerca a la alegoría del olvido. Este cuerpo no resiste/ las heridas ni la cruz/ Me rindo/ nada merezco sino la peor de las/ condenas/ Voy a contracorriente/ alucinando una depravada tragedia:/ El olvido sin reclamos.

Rodolfo Quintero Noguera en ocasiones desacraliza la poesía. La despoja del manto místico. Se atreve a cuestionar la divinidad, pero no como entidad. La reconoce, pero la confronta. Le reclama. Pareciera que por momentos está en un espacio de contemplación y al siguiente en una guerra donde carea sus sentimientos con lo no escrito, con la voz inaudible de Dios. Con lo que proviene de otra dimensión. Señor/ muéstrame el camino oscuro/ las filosas piedras de obsidiana. /Sálvame de la gloria/ y aleja de mí el agua. / Hazme barro nuevamente/ y no permitas que la luz/ cubra mis huesos/ Sí. Se trata de volver al origen, al Génesis. Polvo eres y en polvo te convertirás. Barro que se funde con las entrañas de la tierra.

En definitiva, Antífonas de la O es un libro escrito sin artificios. Está despojado de poemas banales. Sus textos traducen la sensibilidad del poeta y el acercamiento de la palabra a los misterios de la liturgia. Al altar donde se sacrifica el amor y la compasión para dar paso a lo desconocido. 


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