José Gregorio González Márquez
El discurso lúdico atrapa la mirada y el interés de los niños. El poeta que escribe, lo sabe. Entonces usa su imaginación para atraerlos, para acercarlos a la red de palabras que conjuga y convierte en poemas. El poeta juega con la grafía, la manipula, le asigna significados. Está siempre pendiente de crear situaciones, entornos, momentos, personajes que reivindican el juego como ocurrencia feliz para contagiar la risa y el disfrute. Entonces unas simples palabras trastocadas en su sentido común pueden generar múltiples acepciones que llevan al niño al borde de la hilaridad, le encaminan a un mundo donde las letras adquieren significados pocos solemnes y se combinan más allá de la sacralización para entretener al infante.
Los
poemas juegan con el niño, despiertan su imaginación, le permiten actuar con
desenfado. Se convierten entonces en un refugio que lo protege de la
cotidianidad, que lo embelesa hasta hacerle olvidar todo lo que ronda a su
alrededor y puede hacerle daño. La poesía se transforma en una nave que lleva
al niño por los infinitos mundos que nacen de su imaginación. Así, la imagen le
replica el encanto de saberse vivo, de pertenecer a un universo en el que la
palabra juega con el tiempo. Extraña sucesión de eventos que designan el
sortilegio del lenguaje como vínculo primigenio del ser humano. El libro Más feliz que una lombriz tiene en su tinta
sangre, en sus versos ese cariz poemático muy cercano a la infancia.
Carlos
Ildemar Pérez es un escritor con una formación intelectual sólida. Su trabajo
de escritura destaca en todos los ámbitos literarios. De sus páginas escritas
emana humildad y sabiduría, presencia y conocimiento. Especial predilección
tiene por la escritura para los más pequeños. Cada uno de los libros concebidos
para niños por Carlos Ildemar Pérez, atrapa la sonrisa del lector, le induce a
trasponer la puerta de la imaginación, le pone de sobre aviso para que deje
volar su pensamiento. Más feliz que
una lombriz, es un poemario lúdico. En este libro, el poeta juega con la palabra,
la enrevesa, la estira, le esconde letras, le habla bajito, se ríe de ella, la
trata con elegancia o le permite andar a sus anchas entre los poemas. El tiempo
juega con el texto poético. La lombriz siempre feliz se arrastra a veces
sigilosa y otras, escandalosa a lo largo de las páginas. Como leitmotiv, el pequeño
invertebrado protagoniza andanzas o sirve de ejemplo a otros personajes que
aparecen en los poemas. El refrán feliz como una lombriz es muy antiguo. Hay
quien lo ubica en los días de la lejana Roma imperial. Una figura retórica que ha sobrevivido en el
tiempo y que forma parte de la memoria histórica de la humanidad. Carlos
Ildemar Pérez la trae a su libro. Le sirve de excusa para jugar con los poemas,
para encantar desde el verso simple y puro, a quien los lee; para crear
palabras con significados que parecieran neologismos; pero que, son juegos para
la diversión del niño. En el poema Entre los más sabiologos podemos
comprobar la afirmación anterior: Los felizsólogos de por aquí/ los
felicidólogos de por allá/ Junto con los alegrólogos más reputados/ y otros
contentólogos bien renombrados/ están metidos de cabeza a ver si descubren/ con
o sin certezas/ ¿Por qué será que lo feliz/ No deja en paz a la lombriz? / . Un
texto cargado de palabras nuevas, forjadas por el poeta y que denotan
solo felicidad. Así debe ser el estado de ánimo que hace vivir en armonía y
provee de un bienestar único.
En
este poemario, la lombriz es presentada en diferentes dimensiones. Es una
excusa para crear un discurso lúdico que lleve al niño a descubrir cómo a
través de la creación puede acceder a derroteros que están más allá de su
cotidianidad. Ser feliz es importante. ¿pero que nos hace felices? En Regalito
sorpresa el poeta dice: Hoy como estás de cumpleaños/ y yo te
quiero mucho mucho/ como la trucha al trucho/ nada mejor y más adecuado para/ celebrar
esta gran ocasión/ que regalarte una bolsa de caramelos/ con cara de lombrices/
para que de ahora en adelante/ tus días sean más dulces y felices/.
El
amor es un sentimiento que está profundamente arraigado en el alma de los
niños. Y no solo el amor filial, ese que se siente por familiares y amigos.
También en la infancia despierta el gusto por el otro, el o la que está siempre
ahí. La atracción a esa edad tiene visos de platónico. Se mira a la persona
amada. Se suspira. Alegra el corazón y afiebra la existencia. Un sentimiento
que permite evocar momentos felices. Pero también preguntar. Se interroga para
sopesar las respuestas; para medir —si se pudiera— el afecto amoroso que se
origina en los confines del alma. El poema Preguntillas de amor es un
texto para ser respondido con innumerables poemas. ¿A quién se parece el amor cuando amanece?
/ ¿Es cierto que el amor cae del cielo hasta tu corazón? / ¿Por qué el amor
trae encendida en la mano una flor? / ¿Desde cuándo el amor nace festivo en tu
mirada? / ¿Dónde está el amor cuando/ se le necesita urgentemente? / Estas y
otras interrogantes/ sigue pensando la lombriz mientras se rasca la nariz:/ ¿El
amor siempre está enamorado? / ¿Por qué el amor quiere ser cada vez más feliz?
/ ¿Será por eso que el amor sale a repartir felicidad/ escondido dentro de una
lombriz?
Jugar
con la palabra permite al poeta recrear situaciones que pueden resultar
inverosímiles. Pero con las licencias poéticas trabaja la imagen literaria para
divertir, encantar y atraer a sus lectores. Carlos Ildemar Pérez es un taumaturgo
de la palabra. Seduce con sus propuestas a quien se acerca a sus libros. No
deja ningún resquicio por donde pueda perderse el interés. Sus poemas atrapan
la hermosura, la vitalidad del momento; la simpatía de las letras que se
confabulan para crear y recrear palabras henchidas de amor y misterio. En Como
cualquier dibujito se puede apreciar el uso de la exageración y el absurdo
para crear imágenes sugerentes: Este sol está más loco que quien sabe qué/
debería parecer un sol/ de norte a sur y de este a oeste/ pero el sol en vez de
sol/ parece un huevo frito completico/ por eso voy a/ desayunármelo sabroso y
feliz/ y ya y listo/ como cualquier lombriz/. Carlos Ildemar Pérez usa cualquier escenario
para sorprender al lector. El sol es un huevo frito que se puede comer. No hay
límites para la imaginación. Creación que se pliega en las páginas de un libro
y se esparce con libertad por los caminos de la tinta y el viento. Un ascensor,
una lombriz. Un acto mágico. ¿Jugar con
la palabra o con la lombriz? Tal vez se convierta en una flor de lis. En el
ascensor a cualquier hora/ viaja a cualquier hora una lombriz/ a cualquier hora
en forma de flor de lis/ a cualquier hora sube y baja/ a cualquier hora Feliz/
Más
feliz que una lombriz acecha al lector, le sorprende en
cualquier esquina del libro. Se deja leer en cualquier dirección incluso si
quien se acerca a él, lo hace desde cualquier página. Si la selecciona al azar,
las palabras le estarán esperando para maravillarlo con sus rimas, sus
alegorías, sus invenciones, su cadencia y la plenitud de la poesía.
Pérez,
C. (2023). Más feliz que una lombriz. Maracaibo: Sultana del Lago Editores.
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