domingo, 14 de septiembre de 2025

Más feliz que una lombriz un libro de Carlos Ildemar Pérez. Poesía para jugar con la palabra.

 

José Gregorio González Márquez


 

El discurso lúdico atrapa la mirada y el interés de los niños. El poeta que escribe, lo sabe. Entonces usa su imaginación para atraerlos, para acercarlos a la red de palabras que conjuga y convierte en poemas. El poeta juega con la grafía, la manipula, le asigna significados. Está siempre pendiente de crear situaciones, entornos, momentos, personajes que reivindican el juego como ocurrencia feliz para contagiar la risa y el disfrute. Entonces unas simples palabras trastocadas en su sentido común pueden generar múltiples acepciones que llevan al niño al borde de la hilaridad, le encaminan a un mundo donde las letras adquieren significados pocos solemnes y se combinan más allá de la sacralización para entretener al infante.

Los poemas juegan con el niño, despiertan su imaginación, le permiten actuar con desenfado. Se convierten entonces en un refugio que lo protege de la cotidianidad, que lo embelesa hasta hacerle olvidar todo lo que ronda a su alrededor y puede hacerle daño. La poesía se transforma en una nave que lleva al niño por los infinitos mundos que nacen de su imaginación. Así, la imagen le replica el encanto de saberse vivo, de pertenecer a un universo en el que la palabra juega con el tiempo. Extraña sucesión de eventos que designan el sortilegio del lenguaje como vínculo primigenio del ser humano. El libro Más feliz que una lombriz tiene en su tinta sangre, en sus versos ese cariz poemático muy cercano a la infancia.

Carlos Ildemar Pérez es un escritor con una formación intelectual sólida. Su trabajo de escritura destaca en todos los ámbitos literarios. De sus páginas escritas emana humildad y sabiduría, presencia y conocimiento. Especial predilección tiene por la escritura para los más pequeños. Cada uno de los libros concebidos para niños por Carlos Ildemar Pérez, atrapa la sonrisa del lector, le induce a trasponer la puerta de la imaginación, le pone de sobre aviso para que deje volar su pensamiento.  Más feliz que una lombriz, es un poemario lúdico. En este libro, el poeta juega con la palabra, la enrevesa, la estira, le esconde letras, le habla bajito, se ríe de ella, la trata con elegancia o le permite andar a sus anchas entre los poemas. El tiempo juega con el texto poético. La lombriz siempre feliz se arrastra a veces sigilosa y otras, escandalosa a lo largo de las páginas. Como leitmotiv, el pequeño invertebrado protagoniza andanzas o sirve de ejemplo a otros personajes que aparecen en los poemas. El refrán feliz como una lombriz es muy antiguo. Hay quien lo ubica en los días de la lejana Roma imperial.  Una figura retórica que ha sobrevivido en el tiempo y que forma parte de la memoria histórica de la humanidad. Carlos Ildemar Pérez la trae a su libro. Le sirve de excusa para jugar con los poemas, para encantar desde el verso simple y puro, a quien los lee; para crear palabras con significados que parecieran neologismos; pero que, son juegos para la diversión del niño. En el poema Entre los más sabiologos podemos comprobar la afirmación anterior: Los felizsólogos de por aquí/ los felicidólogos de por allá/ Junto con los alegrólogos más reputados/ y otros contentólogos bien renombrados/ están metidos de cabeza a ver si descubren/ con o sin certezas/ ¿Por qué será que lo feliz/ No deja en paz a la lombriz? / . Un texto cargado de palabras nuevas, forjadas por el poeta y que denotan solo felicidad. Así debe ser el estado de ánimo que hace vivir en armonía y provee de un bienestar único.

En este poemario, la lombriz es presentada en diferentes dimensiones. Es una excusa para crear un discurso lúdico que lleve al niño a descubrir cómo a través de la creación puede acceder a derroteros que están más allá de su cotidianidad. Ser feliz es importante. ¿pero que nos hace felices? En Regalito sorpresa el poeta dice: Hoy como estás de cumpleaños/ y yo te quiero mucho mucho/ como la trucha al trucho/ nada mejor y más adecuado para/ celebrar esta gran ocasión/ que regalarte una bolsa de caramelos/ con cara de lombrices/ para que de ahora en adelante/ tus días sean más dulces y felices/.  

El amor es un sentimiento que está profundamente arraigado en el alma de los niños. Y no solo el amor filial, ese que se siente por familiares y amigos. También en la infancia despierta el gusto por el otro, el o la que está siempre ahí. La atracción a esa edad tiene visos de platónico. Se mira a la persona amada. Se suspira. Alegra el corazón y afiebra la existencia. Un sentimiento que permite evocar momentos felices. Pero también preguntar. Se interroga para sopesar las respuestas; para medir —si se pudiera— el afecto amoroso que se origina en los confines del alma. El poema Preguntillas de amor es un texto para ser respondido con innumerables poemas.  ¿A quién se parece el amor cuando amanece? / ¿Es cierto que el amor cae del cielo hasta tu corazón? / ¿Por qué el amor trae encendida en la mano una flor? / ¿Desde cuándo el amor nace festivo en tu mirada? / ¿Dónde está el amor cuando/ se le necesita urgentemente? / Estas y otras interrogantes/ sigue pensando la lombriz mientras se rasca la nariz:/ ¿El amor siempre está enamorado? / ¿Por qué el amor quiere ser cada vez más feliz? / ¿Será por eso que el amor sale a repartir felicidad/ escondido dentro de una lombriz?

Jugar con la palabra permite al poeta recrear situaciones que pueden resultar inverosímiles. Pero con las licencias poéticas trabaja la imagen literaria para divertir, encantar y atraer a sus lectores. Carlos Ildemar Pérez es un taumaturgo de la palabra. Seduce con sus propuestas a quien se acerca a sus libros. No deja ningún resquicio por donde pueda perderse el interés. Sus poemas atrapan la hermosura, la vitalidad del momento; la simpatía de las letras que se confabulan para crear y recrear palabras henchidas de amor y misterio. En Como cualquier dibujito se puede apreciar el uso de la exageración y el absurdo para crear imágenes sugerentes: Este sol está más loco que quien sabe qué/ debería parecer un sol/ de norte a sur y de este a oeste/ pero el sol en vez de sol/ parece un huevo frito completico/ por eso voy a/ desayunármelo sabroso y feliz/ y ya y listo/ como cualquier lombriz/.  Carlos Ildemar Pérez usa cualquier escenario para sorprender al lector. El sol es un huevo frito que se puede comer. No hay límites para la imaginación. Creación que se pliega en las páginas de un libro y se esparce con libertad por los caminos de la tinta y el viento. Un ascensor, una lombriz.  Un acto mágico. ¿Jugar con la palabra o con la lombriz? Tal vez se convierta en una flor de lis. En el ascensor a cualquier hora/ viaja a cualquier hora una lombriz/ a cualquier hora en forma de flor de lis/ a cualquier hora sube y baja/ a cualquier hora Feliz/

Más feliz que una lombriz acecha al lector, le sorprende en cualquier esquina del libro. Se deja leer en cualquier dirección incluso si quien se acerca a él, lo hace desde cualquier página. Si la selecciona al azar, las palabras le estarán esperando para maravillarlo con sus rimas, sus alegorías, sus invenciones, su cadencia y la plenitud de la poesía.

Pérez, C. (2023). Más feliz que una lombriz. Maracaibo: Sultana del Lago Editores.

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